Leo “Juegos Sagrados”, de Vikram Chandra, siguiendo las indicaciones sumamente aviesas de un amigo. Cuando digo “leo” es porque lo estoy leyendo de continuo, en todo momento. Y cuando digo que esas indicaciones eran aviesas me refiero por un lado a su malignidad y por otro a su falta de oportunidad (lamento el pareado).
Porque “Juegos Sagrados” es una de policías y ladrones en la India que, en su versión bolsillo (única que mi bolsillo me permite), mide 1.214 páginas de letra pequeña. Y una vez digerido el primer capítulo y sus sobresaltos, es imposible abandonar, lo que lo convierte en un libro claramente de vacaciones. Al que no es conveniente engancharse en pleno otoño laboral y lleno de hijos. Hijos además a los que hay que llevar a, verbigracia, un campeonato de pádel en Alcalá de Henares. Con una humedad ambiente que deja el pelo entre corte afroamericano y melena zulú.
Volviendo a la India: leer al señor Chandra ha despertado mi nunca dormida del todo pasión por los currys (lo siento, Almudena, y felicidades)… hasta agotar existencias. O casi. El último, de pollo, apenas pude probarlo porque mi hija decidió zampárselo de desayuno (se ve que la afición al curry es genética y hereditaria). La sección currys en el armarito de las especies ha tocado fondo. Y sólo voy por la página 622. Acepto donaciones de diferentes currys, excelentes a ser posible.