Estaba viendo a Trump por la tele (de más cerca no me atrevería, me da muchísimo miedo) cuando me acordé de mi amiga la Goikoa. Ella me descubrió hace años el gran secreto dictatorial de Hollywood: está prohibido ser calvo.
En el Hollywood de ahora (el de antes tenía otro tipo de censura) se puede ser bebedor, drogata, aficionado al parchís o a las armas de fuego. En otro orden, está también permitido ser lesbiana, gay, transexual o bisexual. Lo que no se admite es ser calvo.
Quite usted a Yul Brinner y Telly Savalas en sus respectivos momentos y no hay más actores (ni actrices, si a ello vamos y exceptuamos a Sigourney Weber) que luzcan cráneo rebrillante. Todo lo más existe Sean Connery que es un calvo mediopensionista: unos días luce cabeza fieramente peluda y otros, se peina con bayeta.
De los (más o menos) nuevos, ninguno. Ni Russell Crowe que no me gusta que a los toros te pongas la minifalda de gladiador, ni Colin Firth o Leonardo de Carpio que ya tienen edad. Tampoco Hugh Grant o Jhonny Depp. Los piratas del Caribe tendrán problemas dentales o visuales pero, de alopecia, cero patatero. Y¿os imaginais a Andy García con la frente despejadísima a juego con las entradas que sobre las sienes luce? Pues eso.
De Pitt, me llamo Pitt, Brad Pitt, mejor ni hablamos. A lo peor Angelita Bonita le ha plantado porque lleva peluquín y eso, el peluquín me lo quito y me lo pongo, traumatiza un montón a los hijos. Propios y ajenos.
Bueno, de todo esto me he acordado viendo a Trump y su peinado ensaimada rellena de cabello de ángel. Qué susto.