Se me despistó la entrada anterior y quedó durante una semana en estado de Borrador. Debe ser porque alguna neurona se me escapó cuando el ataque del Cartel Asesino.
Lo de hoy no ha sido tan entretenido pero sí más satisfactorio. He ido al teatro con mi grupo de actividades cultureta. Reencuentro con los compañeros virtuales después de todos los confinamientos, pandemias y demás. Con mascarilla, vale, pero podíamos tocarnos (poco) y abrazarnos (mucho) sobre abrigos y las primeras bufandas, El profe-presi, Victor, ha preparado una conferencia mini sobre la filósofa Hanna Arendt para orientarnos un poco. Y allá nos hemos ido al teatro todos en comandita.
Menuda sorpresa. La obra es un auténtico lifting. Me he quitado un montón de años de encima y he vuelto de golpe a la época más progre de la universidad: actores made in Sudamérica y vestidos de negro, escenografía casi inexistente, temática ya he dicho filosófica, sobre la filósofa Hanna Arendt. Sólo faltaban los gritos anti Pinochet o similares y el vino tinto de garrafón (mucho más presente entonces que la nórdica cerveza).
Ganas tuve al salir de cantar algo de los Inti-Illimani pero tenía frío en los pies. Un frío que me subía desde el suelo de granito debido, supongo, a que no llevaba los indispensables botos de la época. O será que estoy mayor, lifting aparte.