Me dice una amiga que mañana tiene merluza para comer. Me pregunto de donde la habrá sacado. A lo mejor, como es de autonomía marinera se ha lanzado al agua el fin de semana y se ha traido la merluza bajo el brazo y nadando. Porque desde luego en el súper y en la pescadería de al lado de casa no hay merluza. Corvina y lubina, sí. Bacalao fresco (que no me gusta nada) también. Boquerones y minibesugos y rodaballo de estero y rape y salmón… pero merluza no.
_Oiga, ¿merluza no tiene?
Hasta acento vasco pongo para que vean que puedo distinguir entre calamares y sardinas. Que la merluza está en paro biológico, me responden. Esto del paro biológico y merlucero no sé lo que es pero suena estupendamente. Así que dejo pasar unos días para que la merluza en paro se entretenga con sus cosas. Y vuelvo a preguntar.
Que no hace días y que no sabe el porqué. Que mañana tendrán en el bandejero, ya en filetes y bien limpia. El bandejero, me ilustra por el mismo precio, es ese armario frio y gris, metálico, donde hay bandejas de ¿porespan? (eso blanco que se pueden sacar bolitas y no pesa) con filetes de diferentes especies marinas comestibles.
No me atrevo a preguntar por qué hay merluza fresquísima en filetes y bandejero y no hay merluza entera para hacerla al horno con sus patatitas. Hay misterios insondables en los que es mejor no entrar. Y además, la lubina está buenísima.