Enseño Madrid, que es mi pueblo, a turistas donostiarras. El más amigo lleva un reloj de esos que te dicen los pasos que das, las calorías que quemas y no sé cuantas cosas más que nadie le ha preguntado. Entre sábado y domingo nos hemos pateado aproximadamente la circunferencia del globo terráqueo. Dicen que el reloj este cuenta las pulsaciones…. las palpitaciones alteradas me contará a mí.
En fin que el domingo a última hora, despedidos los donostiarras, visitada mi madre tan mayor ya, estoy regularmente molida y recuerdo además que el lunes tengo para prepararme la comida algo así como tres huevos y un cartón de leche de almendras. No es que me parezca poco sino de dificil combinación. Así que se impone paseo por el súper.
Justo enfrente hay un sitio para aparcar en batería. Pero nadie respeta las rayas y me veo obligada a aparcar pisando la mía de la derecha. Un minimo, no me salgo ni un centímetro. Los que saben de mi afición al volante comprenderán lo que me costó.
Hago la compra y vuelvo al coche cargada como una mula de minero antiguo. Y me llevo la sorpresa. El coche de al lado está tan pegado al mío que no puedo ni abrir la puerta. Por su parte del conductor cabe una moto grandota (por lo menos). Me armo de paciencia que es algo más dificil de armar que un armario de Ikea sin papelito de instrucciones y espero.
Espero hasta la desesperación (sí, justamente) y el segundo grado de congelación en la escala de Esquimalez y entonces llega el hábil conductor del coche vecino.
«Oiga» empiezo y termino de decir, porque él se mete en el coche y arranca con toda paz, pone las luces…. Por supuesto ni se le ocurre disculparse. O si se le ha ocurrido se aguanta las ganas. Del sofocón que me está entrando mi congelación desciende medio grado en a mencionada escala de Esquimalez. Y, de pronto oigo y toda la calle también a una mujer pegando unos gritos espantosos. Lleva cazadora de eskay rojo y un peinado que prefiero no describir. Tardo un pelín en darme cuenta que se dirige a mí. Que yo he pisado la raya y que va a llamar a la policía de ahi al lado para que lo vea. Magnifica idea me parece mientras su marido, novio o hermano o lo que sea tenga a bien mover su coche para que yo pueda entrar en el mío. Ella sigue a gritos y a lo suyo y entonces logra sorprenderme:
_»Que no se puede aparcar como a una le da la gana por muy marquesa que se sea», vocifera.
_»¿ marquesa?» inquiero sin saber cómo esta fiera turca ha pasado del volante a la nobleza.
«Ah que no es marquesa…» sigue ella a su bola, «pues hija tienes toda la pinta», tuteandome de pronto.
Y lo siento porque me salió de dentro y la verdad, no estuve fina.
«Pues gracias a Dios que tengo pinta de marquesa y no la pinta de choni que tiene usted».
(CONTINUARÁ)
¡¡ Ole, ole y ole !!
jaja ja, Raul nombrado presidente de mi club de fans