Lo decíamos de pequeñitos: «Y ahora viene la segunda parte que es la más interesante». En este caso la segunda parte es más bien triste y de mucho pensar.
Supongo que todo aquel montaje sonoro e iracundo tiene algo que ver con Tamara Falcó, la marquesa por antonomasia según varios medios de comunicación. Eso me gusta más todavía porque Tamara es joven, guapa y elegante. Simpática además con ese deje pijo estupendisimo que a veces despista sobre lo inteligente que es.
Y lo supongo porque no creo que mi particular Fiera Turca (perdón turcos y otros amigos) tenga trato o siquiera acceso a ningún título nobiliario como no sea viendo a Tamara en El Hormiguero o similar.
Lo que me impresionó fue su odio, su ira, la cólera que traía ya de su casa. Porque yo no tuve tiempo ni me dej´´o un instante para provocar su indignación. Ahora los llaman jeiters (haters, escriben), odiadores, en las redes sociales. Y nunca me había encontrado con ninguno. Lo de esta mujer no sé si era ser jeiter o, simplemente, maleducada en grado sumo. Pero me pregunto cómo y por qué sale una a la calle con esa rabia dentro. Abrigada, además de con su cazadora rojo atemorizante, con kilos de rencor y furia.
Tal vez lo suyo era lo que los clásicos llamaban «odio de clase», así, a la antigua. O que había tenido un día regularmente espeso, no necesariamente agotador como el mío pero tampoco tan divertido.
En fin. Luego nos quejamos de que los Padres y las Madres de la Patria (o Matria, según se mire) se insulten y digan cosas feas, desagradables y zafias en el Congreso. ¡¡Pero si eso está en la calle!! No sé si es la gente corriente la que copia a los diputados o si los políticos se ponen vocacionalmente a la altura del adoquín. En cualquier caso, todo muy feo.
Pues sí, es todo bastante lamentable. Hace unos días vi un video muy interesante a propósito de lo ocurrido en el congreso. Corremos el riesgo de banalizar el insulto, de normalizarlo, de vivirlo como si tal cosa, como algo cotidiano y normal. Como el yonqui que se acostumbra a su dosis de heroina y la misma dosis que hace no mucho le enviaba a las estrellas, ahora no le produce efecto alguno. ¿Qué banalizaremos a continuación?
Pues poco nos queda, banalizamos unas cosas y perdemos el tiempo resaltando y complicando otras. Ay Señor