UNA EXPERIENCIA

Mi yerno favorito me invita a un concierto de handpan, exótico instrumento al parecer. El día de mi cumpleaños. Que sí y que iré encantada, le digo. Primero porque yo, a mi yerno favorito, no le niego nada y después porque no habiendo oído en mi vida hablar del instrumento este, pienso que será una nueva experiencia. Y eso es lo que necesito según me voy haciendo más mayor y mis amigos conmigo, ahora que empieza a parecernos que ya sabemos de todo y nada puede sorprendernos.

Error. Siempre queda algo por descubrir. En mi ignorancia iba yo a un concierto tipo clásico en patio de butacas. Comprendí que no al ver que el local era un anexo a los bajos de Pachá donde la cola daba vuelta bajo la lluvia a media plaza de Barceló. Bueno, pensé, pues más emoción. Dentro, todo era oscuridad pero por lo menos no llovía.

Para ignorantes como era yo la semana pasada, os diré que así, de primera impresión, el instrumento es como un wok boca abajo con algunos agujeros todo alrededor, como por exceso de cocción. Luego, ya aposentada (y no sentada porque sillas no había) vi que se asemejaba notablemente a una nave espacial con sus hoyos extraños en la parte superior y un agujero grandote en la parte inferior, la zona por donde salen los extraterrestes en las películas del género. Todo como muy metalizado y brillante. Los aliens, ya se sabe, siempre llevan la nave reluciente y limpísima.

Eché un vistazo al público alrededor que, para mi sorpresa, no era una colección de jovencísimos sino un muestrario de treintañeros a punto de cuarentones y de cuarentones propiamente dichos.  Estos últimos, ya con cuerpo y pinta de trabajar de lunes a viernes, intentaban disimular edad y condición por el muy equivocado método de obviar la camisa y llevar todos cuello redondo a flor de piel. Error. Otro error más. Hay unos años (pocos) en que puede ir uno por la vida luciendo el cuello (propio). Y muchos, muchisimos más, en que es mejor cubrir las carnes bajo la barbilla con cualquier tipo de cuello camisero, alto o cisne. Especial caballeros: no se es más progre por afeitarse la calvicie, dejarse barba de cuatro días y enseñar el cuello al descubierto. Ya, la camisa es burguesa y anticuada pero… tapa. Mantengamos la ilusión antes del desplome total. Meditemos sobre el cuello de Harrison Ford desde que cumplió los taitantos.  

 Nos consiguen dos sillas (mi yerno favorito ha aportado además mamá americana de visita, tan desconcertada como yo) y llega la música. Me suena, propiamente. No sé a qué. Es como música para hacer tai chi. Pero luego se enrabieta y sube el tono. Y ya sé a qué me suena: es música para documental  de ballenas. O cachalotes. Incluso orcas asesinas. Allí estamos en el subsuelo más subsuelo de la plaza de Barceló, tres o cuatro pisos por encima del infierno, escuchando música intelectual de acuario.

Una nueva experiencia, sí señor. Y total, fuera llueve.

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