Llevo una mañanita que… Una mañanita que, concretamente, empezó anteayer con nocturnidad pero, creo yo, sin alevosía ninguna. Era noche oscura (y tormentosa, diría Snoopy escritor) y me iba a la cama cuando decidí sacar algo del frigorífico.
Si una va pertrechada con las gafas de cerca, la novela, el móvil, un pañuelo de cuello y una rebeca, todo ello junto y a dos manos, no debe abrir la nevera. Yo lo hice, vale. Pero, por lo que fuera, mi móvil voló, sobrepasó la nevera _que es más alta que yo_ y esquivando el microondas descendió bruscamente y aterrizó en el suelo. Menudo tortazo. Luego se quedó inmóvil pero además, sordo, mudo y supongo, ciego. Y con una raja de muy mal aspecto cruzándole la pantalla.
Así que ayer, prontito, me personé en el Gran Almacen que todos sabemos pero no decimos el nombre, sección reparación de móviles volanderos. REPARACIÓN EXPRÉS decía el cartel. Pero resultó que no. Que el exprés se refería más bien al café que podías tomarte mientras esperabas. Porque como me decía el experto arregla móviles deprisísima, «en casa del herrero…».
Y… un par de días sin teléfono es como el fin del mundo en pequeñas dosis. Con sus sustos, sus imponderables, sus cumpleaños de personas a las que no puedes felicitar porque móvil significa también agenda en sentidos varios (¿quién se sabe ahora de memoria un número de teléfono?), sus asuntos trabajosos o de trabajo, sus disgustos, sus descuelgues… en fin. No pensaba yo que dependiera tanto de mi móvil.
Eso ya ha añadido inquietud y falta de alegría a mi mañana. Vaya mañanita. Pero lo que me ha crujido el corazoncito matinal es que hoy, por primera vez tras el verano, me he puesto calcetines. Unos con dibujos de perritos graciosos que maldita la gracia que me hacen. Además estaba el cielo blanco. Sé que hay personas que adoran los días nublados. Yo no. Recuerdo una novela que leí de muy jovencita donde el protagonista sentía una dulce nostalgia de los blancos cielos de Estocolmo. Yo no.
Yo en un día sin sol (aunque espero que salga luego, porque el sol de Madrid es terco y cabezón) y con calcetines de perritos, pienso muy seriamente en coger la bolsa de la compra y darme un garbeo por el Louvre. Que a mí los zafiros bien azules me sientan muy pero que muy bien.