Hoy he dedicado la mañana al arreglo de plantas. Que dentro de casa son sólo cinco. No sé si debido al frío de fuera o al calor de dentro, ha habido un suicidio vegetal colectivo después de navidades. Así que he pasado la mañana salvando (o no) los restos del naufragio. Debo reconocer que mis plantas son muy monas pero hablan poco. Y eso me deja sitio mental para pensar.
He pensado en las Mujeres Espaciales. Las llamo así porque ocupan un montón de espacio por todas partes. Salen en los papeles y en las redes sociales. Y en la tele, claro. Las Mujeres Espaciales suelen tener grandes pechugas (carísimas) y traseros increíbles (también carísimos) y ropa y casa a juego. Reconozco que, en general, no me interesan .
Lo que me llama la atención son las Mujeres Especiales. Señoras que despiertan admiración, ataques de amor variados y de distinta procedencia, mucha envidia también. Son brillantes en lo suyo, asombran siempre. Por ejemplo, un clásico o, mejor dicho, una clásica: la señora de Dalí, antes señora del poeta Paul Éluard. Gala no tenía curvas prominentes ni era guapita de cara. Ni siquiera simpática. Pero enamoró a Dalí y Éluard siguió enviándole cartas de amor tirando a enloquecidas incluso cuando ya estaba casado con Nusch, su segunda esposa.
Algunas se han criado ya en un ambiente exagerado. Quiero decir que les resultaría dificil ser Mujeres Corrientitas. Rebecca Miller, por ejemplo. Directora y guionista de cine y actriz. Esta estupenda señora no sólo es hija del dramaturgo Arthur Miller (sí, el de Marilyn Monroe) y la fotógrafa Inge Morath (ella misma una Mujer Especial fotógrafa admitida en la Agencia Magnum cuando la Magnum eran Robert Capa, dos más y el del tambor), no. Es que además está casada con el actor Daniel Day-Lewis, este señor tan atractivo que nos cautivó en «La Edad de la Inocencia» a pesar de tener el pobre tan mal cutis.
Todo ello me da mucho que pensar y en ello sigo. Admito sugerencias.