SAMARKANDA

He estado pochita unos días .Y no, no parece ser del virus. Resulta que además del dichoso bicho continuamos padeciendo trancazos, estómagos revueltos y otros males propios de la estación o, mejor dicho, del cambio de la estación.
Lo mío, creo, es que me puse pachucha debido a la felicidad. El Jueves Santo me marche a casa de una prima mía en Aranjuez. Sol estupendo a ratos y el Tajo sacado del libro de geografía de cuando éramos chiquitinas y puesto a rodear el huerto. La finca tiene además un cenador. Algo sumamente insólito en estas tierras de garbanzos. Precioso. Y de las labores hortofrutícolas se encargaba mi prima que para eso es la señora del castillo. Aunque debo decir que no se trata exactamente de un castillo ni falta que hace. La cuestión es que yo no pegué ni clavo, tomé el sol y fui muy feliz.

El Viernes Santo me fui con una amiga de la infancia (de la primera infancia, concretamente) a comer a Madrid que es la capital. Y a ver la expo del Thyssen que también está en la capital. La capital es que da para todo. Y allí, entre los expresionistas y sus chafarrinones de color fui de nuevo muy feliz.

Hacía tiempo que doblegada, yo o mis amigas. por la amenaza del Covid no me decidía a salir de casa. Y cuando me decidía, nadie venía conmigo. Por eso el atracón de ver gente y hablar con personas, de disfrutar las comiditas, de mirar el Tajo y la alameda, y los cuadros y los dibujos y… me ha proporcionado un subidón de felicidad. Otra cosa es que después más dura será la caída.

¿Y por qué Samarkanda? Ah eso os lo cuento otro día

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