Iba un malo por la calle y por la noche, de paseíto y pensando maldades, tan tranquilo. Vio mi pobrecito utilitario que es rojo colorado precisamente para verlo (el anterior lo he perdido por la mitad de los aparcamientos públicos de Madrid), tan bien aparcadito junto a la acera y se le ocurriò una maldad nueva. Tiró de navaja (o de cuchillo carnicero, no tengo muy claro que llevan los malos para pinchar y cortar) y le pegó un tajo al retrovisor de la derecha, sí, el del lado de la acera, para que no hubiera dudas de que había sido a propósito y no por accidente..
De resultas de lo cual el espejo quedó como desmayado y con su vida útil pendiente de un hilo, bueno, de un cable. Y yo, entre desconcertada y furiosa. Porque, vamos a ver ¿qué beneficio le proporciona a un malo ir por la vida acuchillando espejos de coche ajeno? Lo consulto con mi hija que es psicóloga titulada y en ejercicio. Que no sabe, que no se lo explica. Maldad gratuita, resume y resumo.
Así que vivimos en una película de Tarantino pero con menos gracia y el personal preocupándose por lo que Vargas Llosa escribe de la Preisler and family. Que, dicho sea de paso, es de lo peorcito y la mejor manera de escenificar que es preferible poner aparte la obra de un artista o, en este caso, un grandísimo escritor, de su biografía.
Hay malos de primera categoría, otros más bien cutres y por último, ancianitos jugando a ser malotes con la última pataleta. Qué pena.