Anoche tuve una cena todavía fresquita, una cena casi de verano a pesar de los chaparrones de lluvia descarada: berenjenas al estilo de Menorca y merluza al horno hechas por el señor de la casa. Lo de que estén hechas por el señor y no por la señora tiene su encanto y es muy veraniego. Conozco pocos hombres aficionados a la cocina de invierno.
Hoy ha amanecido un día de frío pelón y la lluvia era intermitente y pesada. Me invitan a la primera cena invernal: patatas a la riojana hechas en la chimenea en su perolito de barro sobre trébedes. Peras en almíbar y bizcocho de chocolate para el postre. Y todo tipo de condumios engordativos antes y después del plato fuerte.
Para desengrasar, el señor de la casa, reciclado en barman, nos ofrece un Mai-Tai. Bueno, primero uno, luego otro y luego… A pesar de que llevo unos impropios pero favorecedores taconazos peep-toe totalmente Dry Martini, opto por un Mai-Tai (o varios) que sabe incandescente y amargo lo justo. El Mai-Tai no tiene nada que ver con el grito de ¡Mayday, Mayday!, tan socorrido, y, al parecer, lo adecuado es tomarlo con falda de plátanos y a la cabeza pañuelo de colorines y piña tropical.
A la vuelta, al entrar en casa, me sacude el olor salvaje de los lirios asiáticos, único vicio que me permito últimamente. No sé si el cuerpo me pide un cambio de estación o, directamente, de hemisferio.