OMBLIGUISMO

Escribir un blog es un ejercicio de ombliguismo. Una se mira a sí misma hasta el aburrimiento y a veces pierde la perspectiva y empieza a creerse el ombligo del mundo. Como si fuera controlador o así. Por eso, entre mis propósitos para el Año Nuevo está el intento de variar mi punto de vista.
Hoy he comido con unas amigas y a la vuelta he hecho prácticas: en vez de mirarme el ombligo me he estado mirando el cuello que, al menos, tiene más territorio para explorar.
Lo primero que he visto ha sido una mancha amarronada justo debajo de la nuez. Y, al lado, otra manchita más pequeña y del mismo color. Como una quemadura (o dos). O un herpes horrorosísimo (o dos). He frotado despacito con un dedo para comprobar la textura y he observado que no sólo eran suavísimas al tacto sino que se borraban. Emitiendo además un ligero olor a chocolate. De lo cual deduzco que las manchas, a pesar de su alarmante aspecto, provienen del tronco de navidad de chocolate y el turrón de más chocolate todavía con el que he rematado mi comida antidieta de hoy. Esto de la antidieta os lo explicaré otro día.
Y lo segundo que me he visto al cuello es una campana. Chiquita, de fieltro rojo. Me la han regalado en la comida (un recuerdo navideño para cada una), lo he agradecido un montón y me la he colgado del collar. Parecía una manera alegre de saludar (con adelanto) la Navidad, sin esperar a colocar el regalito en el Árbol en casa.
Mis amigas que son verdaderamente amigas y no primas mías ni nada, muy discretamente no han hecho comentarios. Y esto se lo agradezco más todavía. Porque bien mirado, redondita como soy, con mi campanita al cuello y las manchas oscuras, talmente una vaca con su cencerro, que sólo me faltaba hacer tolòn, tolón. Me parece que mañana vuelvo a mirarme sólo el ombligo.

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