A veces tiendo a complicarme la vida. Bueno, en realidad, no a veces: siempre. Me encantaría consultarlo con mi psicoanalista pero como no soy Woody Allen carezco de él.
Por cierto, pequeño inciso, recomiendo muy mucho, acercarse al Teatro Maravillas y disfrutar de Luis Merlo ejerciendo de neurótico y poniéndose de los nervios como sólo Woody Allen _y ahora Merlo, ya digo_sabe ponerse.
A lo que iba: el domingo pasado en la gasolinera se acercó Moustafa a saludarme. Moustafa, físicamente, es como yo misma, o sea, moro total (o como se diga en políticamente correcto, magrebí completo, norteafricano del todo, etc). Y lleva un nombre tan típico que, pa’ mí que es pseudónimo. Moustafa es además encantador y siempre llama “el Jefe” a mi hijo, es decir, que sabe quién manda en mi casa.
Bueno, pues iba yo a saludarle alegremente cuando caí en la cuenta de que no sabía cómo hacerlo. ¿Cómo se saluda en estas fechas a un señor que, deduzco de sus facciones y su nombre, más que muy probablemente no celebre la Navidad? Repaso rapidísima y mentalmente las felicitaciones que he maileado a los primos y amigos usamericanos. Porque ahí caben católicos, adventistas de los últimos días y de otras protestancias, algun judío reciclado en agnóstico, nepalíes (¿hinduístas? ¿budistas línea blanda? vegetarianos en todo caso) de Chicago y paquistaníes de Dubai. ¿Qué les decía yo cuando Merry Christmas resultaba impropio? Uy qué agobio, one, two, three, me cruje la neurona. Aaaah, Season Greetings… ¿y cómo se traduce eso? Ah, ah, por fin…
_¡¡Felices Fiestas, Moustafa!! _digo justo a tiempo porque ya lo tengo al ladito.
_¡¡Feliz Navidad y también Nochebuena!! ¿dónde está el Jefe? ¿Qué le han traído Papa Noël y el Niño Jesús? ¿ha sido bueno el Jefe para que los Reyes Magos le traigan regalos? _me dice él, pasando por encima de religiones y costumbres, como si tal cosa. Se ve que Moustafa no es como yo, no se complica la vida.