EL ASPIRADOR MALDITO

Entre las cosas que menos me gustan de ser pobre _de ser pobre en esta edad provecta en que todo debía ser disfrute y holganza_ está el tener que pasar el aspirador. Odio este trasto.
En mi opinión tiene un exceso de tubos, cables, cepillos y dimensiones del cuerpo principal sumamente complicados. E incordiantes. Peligrosos incluso. Porque se lían entre ellos y ellas y en cuanto te descuidas te vas al suelo a hacerles compañía. O te atizas con uno de los tubos en la espinilla.
Y a propósito de tubos: he pasado por la vida siendo bajita y estupenda hasta mi encuentro con este aspirador. Nunca me ha molestado medir menos de 160 cms. Soy la reina de los banquitos y las escaleras y nunca he echado en falta ese par de palmos de altura que me hubieran convertido (supongo) en una modelo de vida azarosa (supongo de nuevo).
Si acaso, una temporada en que el entonces Amor de mis Amores y Flor de mis Flores y, ahora, Espinoso Cactus, se compró un coche nórdico a tope. Un Volvo era. Y por mucho que bajara el asiento del copiloto, que era yo, me colgaban los pies.
A veces tengo algunos problemillas con los nuevos armarios de cocina diseñados para las también nuevas generaciones. A las que tan proteínicamente alimentamos y pusimos a hacer deporte cuando las extraescolares que nos llevan una cabeza. Por lo menos. Pero para eso están los taburetes y, en todo caso, una hija o sobrina que dé la talla.
Ahora, con el aspirador no hay apaño posible. Montados los dos tubos que configuran el tubo largo (venían así de la tienda y no consigo separarlos), la curva de la manguera o como se llame el tubo flexible y supuestamente blando que siempre se rompe lo primero, la curva esta digo, me llega a la altura de la oreja. Es más, en cuanto giro a uno u otro lado, me golpea con saña en la mencionada oreja. Y a ver cómo aspiras y te llevas todas las pelusas sin girar a izquierda y derecha como cualquier político.
Aparte están la curvatura de la espalda que, en la zona lumbar, queda tan pero tan perjudicada. Y el arrastre por toda la casa en plan folclórica yunta de bueyes tirando de piedra o troncos. Y el amasijo en que se te convierte la muñeca para llegar con el cepillo a esos rincones secretos que existen en cada habitación.
Tengo estos días una tendinitis en la muñeca izquierda que achacaba al aspirador. Pues no. Al parecer proviene de sujetar un libro de mucho peso que leo en la cama. Podríamos decir que es una tendinitis cultural, o sea, muy mía. Los males del aspirador , en cambio, son de marujas y pobres.

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