DELITO DE ODIO

Despliego pestaña esta mañana y miro hacia la ventana del dormitorio con sus jardineras de petunias y vincapervincas y su hiedra trepadora…. Es un paisaje chiquitin pero muy alegre en tonos fucsia y blanco que me saluda cada día mientras dura el verano. Y la hiedra le añade frescura. ¿La hiedra? ¿Dónde está la hiedra? Me levanto y me lavo la cara para espabilarme porque me temo lo peor. Me pongo mi vestido de andar por casa que es más bien una túnica de odalisca y por eso me sienta tan bien. Porque a simple vista nadie puede dudar de la odalisquez de mis formas. Voluptuosas. Y a vista complicada, tampoco. Me engancho la mascarilla a las orejas y voy a ver qué ha pasado.
Para ello tengo que recorrer el caminito que pasa bajo mis ventanas. Algo agreste con sus pedruscos y sus hoyos sorpresivos. Procuro además no rodar por la pradera de césped que tambien hay. Esta urbanización tiene de todo, en tamaño XS, vale, pero de todo.
Llego a mis jardineras y …¡¡ lo que me temía!!. Ha pasado Jardinator. Con sus trastos de podar y sigilosamente. Como siempre. Jardinator odia la hiedra en cualquiera de sus formas. Venenosa o benigna, verde claro o de esas pequeñas con una rayita blanca.
No sé cuántas veces se lo he avisado por la ventana cuando le veo venir con su mirada de matarife: «¿Ve usted la hiedra esa de la esquina junto a las vincapervincas y las petunias???? Pues esa hiedra ni tocar» Le da igual. En cuanto me despisto, Jardinator arrasa la hiedra. Lo suyo es un absoluto delito de odio.

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