LA INMIGRACION

Soy profundamente partidaria de la inmigración. Que estoy a favor, vamos. Y desde el otro día, más.
Voy andando tranquilamente hacia mi coche con las llaves en la mano y canturreando, chirulín, chirulán, cuando de pronto el suelo se eleva y me ataca y, por más que intento esquivarlo, me da de frente. Menudo porrazo.
Quedo tirada a cuatro patas, entre el coche a un lado y un arbusto lleno de bolitas rojas y espinas al otro. Tal vez porque mi sentido del equilibrio ya no es el que era. O porque soy floja de remos. Maldigo el suelo, el arbusto y mi rodilla derecha pulverizada, elementos todos cuyo conjunto me impide levantarme. No maldigo el coche porque aún pienso que me será de ayuda.
Intento izarme apoyando la mano repetidas veces en el arbusto espinoso con los consiguientes arañazos y sinsabores y ya voy a probar por el lado del coche cuando caigo en la cuenta de que éste tampoco me ayudará. Así es la vida. Resulta que cuando el alquitrán y los adoquines se sublevaron, de semejante rápida y grosera y agresiva y prepotente manera, en ese momento, aturullada por las circunstancias, presioné el mando del coche antes de que volara libre hasta unos dos metros de distancia. El mando ¿eh? No el coche.
En fin, que el coche quedó abierto, Lo que no es tan de agradecer como pensé al principio. Repto ligeramente al frente para enganchar el picaporte de la puerta izquierda de atrás. Pienso en mi ignorancia que, una vez agarrada a la manilla, podré hacer fuerza y levantarme. Pero no. Logro con esfuerzo sujetarla, tiro de ella hacia arriba y una pizca hacia mí. La puerta se abre y no me da en las narices porque ágilmente vuelvo a la posición de cuerpo a tierra. Ahí empiezo a maldecir también el coche. Un coche que ha pasado conmigo cinco años y una ITV debía tener cierto sentido de la fidelidad.
Incapaz de ponerme de pie y sin nada más que hacer, me doy a la filosfía, lo reconozco. «Cómo cambia la vida en apenas un instante», medito. Y también, «Mens sana in corpore sano,» (tengo que volver al gimnasio). Cosas así, de mucho pensar.
Aparece entonces Ilán, la asistenta de mi vecina, sureña de allende el Estrecho, guapa, alegre y, sobre todo, muy fuerte. Me levanta como la consabida pluma, recupera el mando y no quiere que la lleve en el coche a ningun sitio porque le gusta andar. Lo dicho: soy profundamente partidaria de la inmigración.

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