DANDO VUELTAS

Asi he pasado Nochebuena y Navidad, dando vueltas. Por la Comunidad de Madrid, grande y poblada como es.

La propiamente noche de Nochebuena yendo a Madrid capital por la parte del Estadio Bernabeu aparecí en la avda. del Vestisquero de la Condesa que aparte de su nombre precioso y sugerente, está lejísimos. O eso me dijeron, porque es de mis sitios favoritos a base de ir e ir allí aunque no quiera ir. Es ver la Clínica Cemtro y después el Hospital Ruber Internacional y me ubico inmediatamente: ya estoy en lo del Ventisquero de la Condesa, ahora sólo hay que salir.

Luego no había forma de aparcar. Vamos, formas sí había aunque desconozco la mayoría debido a mi torpeza intrínseca. Lo que no había era sitio y lugar donde abandonar a mi pobrecito utilitario. Tuve que pedir auxilio y lo obtuve, gracias a Dios.

La Navidad la pasé en la casa de campo de mi hija que es mucho más campo que casa y está preciosa. Pero lejos, eso sí. Incluso muy lejos aunque aún, por muy poco, dentro de la Comunidad.

Pues me perdí. A pesar de que esta vez la culpa no fue del todo mía sino del GPS que se hizo un lío de pronto y empezó a desvariar .Y enmudeció además. Un horror. Lo primero decidió que lo que yo tenia que hacer era ir incesantemente a Leganés. Magnífico pueblo, cuna de los pepineros y su equipo de fútbol y cada día más bonito con sus chalets nuevos tan modernos. Solo que yo no pintaba nada ahí. De modo que le insistía al aparato que me llevara más bien hacia la carretera de los pantanos donde, justo al final, vive mi hija. No quería. De hecho cada vez que lograba escapar me redirigía _así lo llama el trasto_ a Leganés de nuevo.

Después me gui´ó en un recorrido por la Mancha que ni don Quijote. Y concretamente un par de veces a Perales del Rio que está justito donde empieza el más allá. Y que, así, a simple vista al volante, ni perales ni río. Lo sé porque el aparatito este malévolo me hubiera dicho (bueno, puesto en el mapa) que me tirara al río ese. Y no. Recorrí también una carretera que cruzaba la mitad inferior de la Mancha y pasaba por un sitio de nombre imaginativo y maravilloso: Estanque de Tormentas. Me encantó.

En una de esas ya me puse firme y me negué a obedecerle. Y yo solita por mis propios medios logré llegar a una gasolinera donde me detuve y solicité ayuda lo antes posible. Un chico joven me salvó la vida. Trasteó con el trasto y me dijo que, definitivamente, el GPS se había vuelto loco y mudo. El arreglo fue maravilloso en su sencillez: se apaga la APP y se vuelve a encender. Y, hala, todo un espectáculo de luz y sonido. Llegué a casa de mi hija, donde los pinos, las encinas y los olivos sin mayor dificultad. Qué bien.

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