Son muchos los que elogian la ignorancia. Es más, la jalean. Yo, no es que quiera ponerme en plan El Quijote y licenciada en letras (que lo soy) pero el ruido de tantas personas que no saben expresarse verbalmente de manera mínima, lo reconozco, me hiere. Me irrita sobre todo la actitud de los palmeros que les rodean y aplauden sus barbaridades lingüísticas y sus necedades matemáticas o de ciencias naturales o musicales o artísticas. Lo dicho, los que elogian la ignorancia.
En la Televisión Pública que pagamos entre todos, hace unos días ha finalizado nuestro Concurso de Cocina por excelencia. Lo ven pequeños y mayores y podemos aprender no solo el arte de hacer un filete empanado o términos culinarios poco comunes sino el valor del esfuerzo, las dificultades de la convivencia y cómo superarlas . Este último ha tenido algunos desbarres con los que no estoy de acuerdo pero, de todas formas, fue tan emocionante como siempre.
Mi pregunta es qué ganamos (y, muy importante, qué gana él) aplaudiendo a un mozalbete que confunde Leonardo da Vinci con Gaudí y se hace un lío con la Sagrada Familia y la Gioconda. Que opina que algo es «Barriopinto» por oposición, supongo, a lo «Baldemoro». Y se le va el tiempo de la receta mirandose en la puerta del horno o buscando su reflejo en la tapa de una cazuela. El chico es simpático y bailón y hace la pasta divinamente. Habría que perdonarle los deslices gramaticales y su falta de sabiduría y achacarla a su juventud e inexperiencia.
Pero lo que hacen jueces y compañeros no es disculpar sino alabar sus errores y reirle las gracias. El chavalín dice que ha aprendido muchísimo en el Concurso y no sólo de cocina. Que ha descubierto que existe otro mundo además de aquel de las pantallas. Pues enhorabuena. Y ánimo: el día que aprenda a leer descubrirá que el mundo es ancho y ajeno. Pero sus colegas concursantes y los jueces (atentos al guión) no se lo han puesto fácil . Qué pena.