Voy tan contenta en mi coche por la calle más gorda y principal de mi pueblo, rumbo al antro aséptico donde La Bestia me hace migas la musculatura. Paso dinámica pero prudente por donde el que a continuación se convertirá en “el señor del Cacharrazo” está desaparcando con furia e incluso con saña (sus motivos tendrá) y… ¡¡Batablamba, crrruaaaajjjjj plonk!!. Que son los ruidos que hacen dos coches cuando se incrustan uno (el suyo) en otro (el mío).
Si hemos de ajustarnos exactamente a la verdad, el mío sólo sonó ¡¡crrrruaaajjjjj!! debido a que tras el ¡¡batablamba!! inicial (que corrió a cargo del vehículo contrario o como se diga en el parte amistoso, que me encanta el eufemismo) el coche del “señor del Cacharrazo” se adhirió al lateral izquierdo del que ostento en propiedad y se marcó una rascada regia. Pero regia. Que me van a tener que cambiar la puerta porque está como si la hubieran peinado con un trillo. El ¡plonk! final también fue cosa del otro coche: resulta que es el sonido que emite un coche perjudicadísimo cuando exhala al unísono los faros delanteros y un intermitente.
Porque yo tengo para cuatro días de taller (o así, más no, por favor, por favor) pero el vehículo contrario está como decía Steve Buscemi con media cara sangrante en Fargo: “pues no veas cómo ha quedado el otro”.