Tengo una dificultad espacial. No especial ¿eh?. Espacial. Tampoco quiere decir que tenga una dificultad astronómica. Las estrellas se me dan superbien y durante la lluvia de estrellas de agosto procuro siempre estar en la playa para contar las Lágrimas de san Lorenzo con los dedos y una caipirinha. Mi cosa espacial consiste en que no me oriento. No es que me oriente poco, es que en absoluto. A mí me preguntan si encima o debajo y a duras penas me aclaro. Y si se trata de ir al volante y si derecha o izquierda, pues… como un traje de sevillana: tirando de volante pá un lado y pá otro, ozú. Y preguntando además. Que preguntando se llega a Roma e incluso a la calle Santa Cruz de Marcenado, es un suponer. Lo malo es cuando no sé ni qué preguntar.
Hoy mismo, verbigracia. He ido a culturizarme a la calle Claudio Coello, a la Fundación Carlos de Amberes que, ya su propio nombre lo indica, es un sitio imponente de arte. Quiero decir que Fundación Carlos de Amberes no puede llamarse una tienda de fajas, por ejemplo.
Y buscando sitio para aparcar y habiendo recorrido toda la Puerta de Alcalá y aledaños, que sólo me faltaba cruzar por el medio de los arcos, se me ocurre movilfonear a ver si como yo recuerdo, lo de Carlos de Amberes está en los primerísimos números de la calle Claudio Coello, en el 20 tal vez. Que en el 99 me dicen. Así que menos mal que el aparcamiento era imposible porque si no, me recorro la mitad de la calle cantando bajo la lluvia. Y con el paraguas en el fondo del maletero porque esto es Madrid ¿no?, pues cuatro gotas y a correr. Correr si corrí luego pero bajo un simulacro del diluvio universal. Porque esto es Madrid ¿no? pues el día que toca llover, en plan Noé.
En fin, que vuelvo sobre mis huellas de neumático (porque si andando vuelve uno sobre sus pasos, digo yo que en coche se volverá de esa manera) y me acerco sigilosamente a CC nº 99. Me acerco sigilosamente por si algún despistado deja un hueco libre en batería ( si no es en batería, misión imposible para mí por mi dificultad espacial, que no calculo, vamos) y antes de que los demás tiburones al volante lo huelan, zas, ya he aparcado y estoy dándome al arte. Bonito ¿verdad?. Pero mentira. No había un solo hueco ni sitio ni nada y decido meterlo en el primer aparcamiento carísimo que encuentre. A la vuelta de la esquina, el nuevo y flamante Serrano Park que ya estrené hace unos días con unos amigos norteños y del cual me permití presumir comme-il-faut, porque el parking en cuestión es atómico. Me río yo del metro de Norman Foster de Bilbao.
Y en ese aparcamiento ultramoderno que se extiende por todas las tripas de la calle Serrano he tenido varios problemas.
_Problema I: lo espacial que os digo.
_Problema II : no dejé las miguitas de “Pulgarcito El Niño Listo” ni las piedrecitas de “Pulgarcito 2 El Retorno”.
_Problema III… (continuará)