DIFICULTAD ESPACIAL (y II)

Recorro el aparcamiento como cuatro veces buscando el número 141, bonito capicúa, en la primera planta, zona color turquesa. Y ahí hay un cochazo que por el tamaño en general y el brillo de la carrocería en particular, no se parece al mío en nada. Ni en el color siquiera.
Mientras busco al vigilante, pintor (porque había varios y se les notaba conocedores del aparcamiento), guarda o similar que pueda ayudarme, paso también repetidamente delante de un cajero automático.
Decido ir pagando y como luego tengo 15 minutos de validez… Meto el tiquet como me manda el dibujo de la pantallita y la máquina, después de concentrarse un ratín, me anuncia que no reconoce el mencionado tiquet. Me lo anuncia en letras rojas y luminosas además, que son como de mucho peligro, como si aquello fuera a autodestruirse justo después. Por si acaso, vuelvo a meter el tiquet de diversas formas y maneras desobedeciendo al dibujo de la pantallita. Nada, que no lo reconoce. Así que reemprendo la búsqueda de un ser humano no automatizado que pueda orientarme.
Lo encuentro. Que este no es mi parking, dice. Y a continuación, me instruye. Que suba por ahí, llegue a la superficie o acera de la calle Serrano, continúe andando hasta encontrar la siguiente entrada a un parking y que ese es el mío. Obedezco, subo, ando, entro, bajo y oh no, imposible, no puede ser, oh ¿por qué?, tampoco en el número 141 color turquesa está mi pobrecito utilitario. Obligada por las circunstancias tomo una dura decisión: ya entrenada subiré, andaré, entraré en la siguiente entrada, bajaré y buscaré mi coche y repetiré la operación tantas veces como sea necesario.
Bien, a la tercera va la vencida. La gente corriente se equivoca de plaza de aparcamiento y tarda en encontrar el coche. La gente ya más de mi estilo se equivoca de planta en el aparcamiento y tiene que pedir auxilio al guarda o cajero o lo que sea para encontrar su coche. Y la gente como yo, que alguno habrá, se equivoca de aparcamiento. Varias veces.

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