SABERES MILENARIOS

Me hace la pedicura una señora muy agradable y súper hábil. Esto último es fundamental para tratar con los deditos de mis pies. Además viene a casa, lo que me permite estar vestida casual (muy casual incluso) y en chanclas para no dejarme el esmalte de uñas en el interior de ningun zapato y las propias uñas hechas un desastre.
Bueno, pues todo ídolo tiene los pies de barro, acabo de comprobarlo.
Está ella, cuchilla de profesional en mano, dejándome la planta del pie derecho suave como culito de bebé cuando…
_Ah, digo yo
_¿Por qué salta?, dice ella
Y luego se calla porque ya ha visto la razón. Que es un chorro de sangre que brota de mi pie.
Un chorro ¿eh?, no unas gotitas en plan la mamá de Blancanieves cuando se pinchó el dedo cosiendo.
Ni un goterón como cuando los maridos o, en su defecto, padres o hermanos, se cortan afeitándose y se colocan un trocito de papel higiénico para absorber ese punto sanguinolento que desaparece en dos segundos.
No, lo mío es una hemorragia como de película del Oeste y protagonista guaperas. Que tiene que venir un brujo indio y colocar un emplasto de hierbas envuelto en un trapito asqueroso en la herida y no se sabe quién se ha camelado al guionista porque el chico, en vez de cogerse una infección tremenda o que se le gangrene el pie o algo así, pues se cura. Y recupera las suficientes fuerzas para ligar con la joven hija del brujo indio que parece muy limpita y apañada y guapa y le va a convertir en un hombre sedentario y va a tener la cabaña de troncos como los chorros del oro.
Bueno, me parece que me he ido un poquito del tema central. Que es mi pie derecho con un pequeño corte en la planta pero soltando sangre como un cerdo, con perdón, degollado. Pero muy degollado.
La señora pedicura está preocupadísima y eso me alarma a mí también. Porque ya hemos gastado kilos de papel de cocina hiperabsorbente y aquello empieza a parecer una merienda en casa del conde Drácula.
Por el medio y debido a los nervios (supongo, a no ser que se haya aficionado la señora esta a la tortura), me seca la sangre con un algodón empapado en acetona y manchado de esmalte rojísimo. Como corresponde. Y así, sentada como estoy, pego un brinco digno de perrito de circo.
Al fin, en vista de que ya llevamos una hora, consiento en lo que ella quería hacer desde el principio. Que es parecido a lo del brujo indio pero sin trapito sucio ni prota guapetón ni nada. Consiste en aplicar una cucharada de café molido a la herida y esperar a ver. No me fío mucho porque este café debe tener mogollón de elementos químicos y perniciosos. Pero pienso en el algodón con acetona y no puede ser peor, digo yo.
_¿Siente como ardor? pregunta ella.
_Escuece que te matas, contesto yo.
Y ya nos callamos las dos y esperamos y en un ratito mi pie deja de sangrar. Saberes milenarios y tal. Qué cosas.

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