NO SIN MIS SANDALIAS

Ni de aquí al portal siquiera. A ninguna parte del mundo exterior voy a ir sin mis sandalias.
¿Qué no es época? Bueno, también era costumbre estrenar abrigo el primero de noviembre y si se hace este año puede una, por el mismo precio, perder un par de kilos a base de sudárselos. Bajo el cálido tweed y el más ligero pero también calentito Príncipe de Gales.
Iba yo por la vida con mis zapatos de gamuza azul, que son fresquitos, planos y, por tanto, aptos para patearse exposiciones. Y también a juego con bolsazo que, de momento, no saco del armario, no se vaya a acalorar.
Y de pronto me sentí princesa china. La auténtica Flor de Loto con los pies apretadísimos y al vapor. De verdad, con esta calorina y los zapatos de gamuza azul se me estaban quedando en versión dim sum.
Entonces se me ocurrió. En el maletero tenía unas sandalias recién recogidas del zapatero. Para dejarlas en plena forma antes de guardarlas hasta el año que viene. Y decidí que el año que viene era hoy mismo y ahora además.
Eché el coche a un lado, recuperé mis sandalias y sustituí los zapatos por esos elementos que dejan los deditos al aire y están llenos de tiras para sujetar el pie (o no, ya sabeis que de vez en cuando me caigo por mi flojera de remos). Una delicia.
Al llegar a casa, he sacado otro par de sandalias de la caja del verano. Así tengo quita y pon. Y nada de “ande yo caliente y ríase la gente”: yo fresquita y que piensen lo que quieran.

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