DIPLODOCUS

Mi casa que no es tal, sino un piso bajo, es la más verde y ecológica de la urbanización. Como las ventanas se asoman a la praderita, árboles varios y trepadoras hiedras, en cuanto me descuido la naturaleza se instala en el interior. Toda. O gran parte ya que, de momento, ni la mar salada ni algún pantano cercano o lejano se manifiestan en el pasillo.
Pero lo que se entiende por naturaleza de secano está aquí todita. La Madre Naturaleza, la Hija Naturaleza, la Tía Naturaleza e incluso la Cuñada Naturaleza se asientan en el marco de la ventana del dormitorio y el suelo de la cocina. O deambulan por la pared y el techo del salón.
Me paso el día de safari con el matabichos en espray (que encima es malísimo y favorece el calentamiento global) organizando genocidios de hormigas mini y de arañas de película. Y la noche en estado contemplativo de las familias de diplodocus bajitos que salen a la fresca.
No tengo nada contra la prehistoria y menos aún contra la naturaleza tan verde e invasora pero por mucho que me digan distingo perfectamente salamanquesas o lagartijas verdes y rapidísimas, de las de toda la vida. Y no. Lo que veranea en mi casa sin haberle pedido permiso a nadie ni pagar alquiler es una familia okupa de diplodocus bajitos. Una recién llegada del cuaternario superior o el pleistoceno inferior o cualquier otro periodo prehistórico y lleno de bichos. Hace veraniego y tropical, no digo que no, Pero pienso que sus exhibiciones de movilidad y paseítos quedarían igual de bien en la acera. Y tendrían más público.

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