En la pantalla (monitor me parece que se dice en fino) de mi ordenador, según se entra a mano derecha, hay una columna de publicidad. Una columna permanente. Que además se mueve como las del anuncio aquel del parking y el seguro del coche. Esta columna inquieta y gordota, me trae a mal traer y me marea.
Ahora que los escritores ya no podemos tener pánico al folio en blanco por razones informáticas, merecemos creo yo el mismo respeto. No imagino a Cervantes ni a Corín Tellado, por citar dos escritores célebres, siendo interrumpidos constantemente por un trozo de papel volandero que anunciara tintorería especializada en golas. O un día, una oferta, zapatillas con corazones rosados sólo 4 euros. Ni siquiera, dona sangre, dona vida (mancos abstenerse).
Desconfiando de mi ignorancia informática y confiando en mi informático favorito, le envío un mensaje al susodicho pidiendo auxilio y paz. Que no hay forma de detener la columna publicitaria, me dice a vuelta de e-mail. Que sufra en silencio o a voces porque a él puedo llamarle siempre que quiera y rugir a grito pelado. Que eso tal vez me sirva de desahogo.
Me quedo en meditación frente a la pantalla observando, inevitablemente, la columna. Ahora muestra un señor que engorda y adelgaza a cada pestañeo. ¿Quiere usted saber su peso ideal?, me pregunta la columna indiscreta. Pero no me da la gana de contestarle. Que se fastidie.