EL SERVICIO (II)

Y ahí nos quedamos. Mi madre y yo secuestradas por aquella especie de osa con ropa interior de encaje.
Que se fuera, por favor. Que ni pensaba en ello. Que le diera el finiquito, que me iba a denunciar por no registrarla en la Seguridad Social (¡¡antes de las 72 horas!!), que se había caído y todo le dolía por haber sacado el mueble del ordenador, que yo no la había llevado al médico de Urgencias (?¿?¿?¿), que…
Vino el conserje que lo primero que me dijo es que tenía pintas de prostituta, en lo que estuvimos de acuerdo y eso que él no la había visto disfrazada de bombona erótica. Lo segundo, que la mencionada bombona humana pedía 800 euros para marcharse. Que no se los diera, me dijo también. Por supuesto.
Y así estuvimos toda la larga tarde, mi madre y yo secuestradas porque a ver quién se movía de allí, con un ente que tanto me recordaba aquella canción de los años progres y manifestantes: “tienes que tomar conciencia latinoamericano”. Un ente de tamaño pueblo entero (pequeño) que había tomado conciencia y un vaso de cocacola con hielo y asiento en nuestra entrada.
Al final vino la policía a desalojarla y se fue escoltada y maldiciendo a grito pelado por toda la urbanización.

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