No hace un mes llamo a un amigo pamplonés y residente en Donostia-San Sebastián, para felicitarle por su cumple y charlar un ratito. Le pregunto qué tal está y responde que bien pero que la semana anterior estuvo muy malito. Esto que ahora se llama «gastroenteritis» (como si todos hubiéramos estudiado Terminología Médica) y antes se nombraba con términos carentes de todo glamour o ínfulas científicas. Lo de ahora, aunque los síntomas y tiempos sean los mismos, suena mejor.. El caso es que mi amigo se levantó por fin del lecho del dolor para asistir a una alubiada que, al parecer, lo curó y volvió a ponerle el cuerpo en forma. A grandes males, grandes remedios. Me alegré por él.
Ese mismo día pero ya noche oscura, a las 3 de la madrugada, me despertaron súbitamente los mencionados síntomas de una gastroenteritis en mi cuerpo serrano.
Una semanita he estado en estado de fastidio. Debo decir además que para mí es evidente que esto mío ha sido un contagio telefónico. No estaba tan curado mi amigo como presumía.
Hay quien me dice que la transmisión telefónica de un virus es imposible. Bueno, cada cual que crea lo que quiera. Digo yo que si el bicho Covid puede transmitirse por el aire y por el suelo, por tierra, mar y aire, vamos, a ver por qué no va a poderse transmitir la gastroenteritis por teléfono.
Las cosas científicas tienen eso, que al principio parecen increíbles.
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