Rectificar es de sabios. O de Pedro Sánchez. Pero no quiero entrar en política (y depresión subsiguiente). Así que voy a la sabiduría: me he vuelto más sabia que ninguna.
Resulta que de toda la vida (la vida mía desde que tengo carnet de conducir) he preferido los coches pequeños. Empecé con un seiscientos y a lo largo de los años he intentado siempre conducir coches canijos o, todo lo más, medianos.
En el taller donde reparan mi pobrecito utilitario del golpe pataplán con que lo embistieron, me ofrecen como coche de sustitución un _dice mi vecino_ «cochazo». Sin alternativa. Lo peleo:
_Oiga, que yo un coche tan grande y alto y tal, no lo voy a saber conducir
_Que sí mujer, en dos minutos le coge usted el tranquillo. Además es facilísimo del todo porque es automático
_Ah no, automático para nada, no he conducido un automático en mi vida, eso sí que no
El del taller me mira. Yo le miro. El me mira otra vez. Y por supuesto me quedo con el semitanque este, híbrido, automático y no sé que más.
Y aquí viene mi rectificación: qué maravilla es conducir un cacharro de tamaño antifaltón (con un coche así no te faltan al respeto ni te pitan aunque no tengas la culpa ni…). Y más maravilla todavía lo del automatismo. El coche va solo y yo me limito a mirar el paisaje y, de vez en cuando, frenar. Cómo he podido pasar tantos años, ignorante de mí, dándole a las marchas, jugando al ahora embrague, ahora freno, ahora viene una curva gorda… Sí que es un poco alto para mí pero aunque me canse subir no sabéis lo descansada que me bajo. Siempre he criticado el tamaño de estos coches enormes que se te echan encima sin ningun respeto y ocupan varios sitios a la hora de aparcar, los que llamo «coches de finca» porque están diseñados para recorrer una finca con verdes praderas y bosquecillo de fondo y no para el semáforo y el atasco. Bueno, pues me arrepiento. Aunque el coche de sustitución es solo mediano, o sea, como lo diría yo, un «coche de parcela». Me arrepiento más que muy arrepentida y con dolor de contrición. Lo peor es que ahora que he descubierto un nuevo mundo del motor no me llegan las economías para acceder a él. La vida es cruel a veces.