Hay días en que no apetece escribir y días _y noches también_ en que no es posible. Las comidas y cenas de navidad empiezan cada año antes. Y una que es sociable por demás, intenta no perderse una. La dieta mevoyaponermonísima se aleja despacio pero con seguridad. Al paso que va, se va a cruzar con los Reyes que ya vienen por los arenales. Es que no se puede hacer una a todo. Aunque sigo intentándolo.
Pasa además que estoy mayor. No lo digo con pena ni alegría, simplemente constato un hecho. Mis hijos y sobrinos, pertenecen a una generación de barra, taburete alto y cerveza. Yo soy de las quintas de mesón, taburete bajo y vinos. En los taburetes cerveceros, una vez que logro subirme _que no es tan pero tan fácil_ me cuelgan los pies. Restringida de movimientos y haciendo, al mismo tiempo, equilibrios, pues… que no me pide el cuerpo bebidas tirando a nórdicas. Ni birras _denominación ya en sí joven y poligonera_ ni gintonics. Si voy de barra acabo pidiendo cocacola zero, una humillación. Y así no hay quien escriba.
En fin, que entre unas cosas y otras y la digestión de setas de temporada al foie y de verdinas con langostinos a la Pili (que es la amiga que invita), se me va un tiempín sin sentarme a contaros asuntos importantes.
Menudencias, sí, de esas tengo varias. Menudencias que, chiquitinas como son, se incrustan en el tejido de estos días para crear el tapiz de la Navidad. Lo sé, esto es una cursilada, me he pasado el semáforo. Es que en esta época siempre estoy un poco blandita.
Está, por ejemplo, el aporte inmarcesible de mi hija y mi sobrina más sobrina a la puesta de nacimiento. Ambas aunaron esfuerzos y opiniones encontradas y el resultado ha sido un belén… original. Y muy risueño. Con una manifestación de figuritas reunidas bajo el pueblo y junto al río, que solo les falta una pancarta de Rodeemos El Congreso. Y una acumulación de gallinas, ovejas y cerdos que convierte la calle Mayor del mencionado pueblo en una Feria de Ganado. Provincial probablemente, por el número de animales. Con ciertos problemas en el tendido eléctrico que han dejado el portal a oscuras y un río convertido este año en laguna. Pero, eso sí, todo un derroche de cariño.
O una comida de amigas que no sólo celebran las Felices Pascuas sino, precisamente, la amistad. La amistad es un sitio de descanso y relajación con calorcito (o calorazo, según calefacciones) donde una se siente comprendida, respaldada y… encantada de la vida. Qué bien y qué Feliz Navidad.