En uno de los festejos de estos días, me dejo caer un ratito en una silla porque empiezo a estar como Rambo: que no siento las piernas. A mi lado, mi prima anfitriona (somos 37 primos hermanos por ese lado, que luego hay quien se piensa que siempre hablo de mi prima Marita) acaba de entrar en trance filosófico. Que ella con los años cada vez está mejor y más buena, me dice. Se refiere a la belleza que está en el interior, aclara. Que se explique, sugiero. Y se explica tomando como punto de partida los Siete Pecados Capitales.
_¿Pereza? He sido vaguísima toda mi vida y esta mañana me ha despertado mi marido a las ocho de la mañana, para empezar a preparar este sarao. Hoy que es fiesta y podía dormir a gusto… pues me ha dado igual _dice_
_¿Soberbia?, ya no nos sentimos superiores a nadie _ahí coincidimos ambas_, probablemente porque ya nadie nos importa (mucho).
_¿Envidia? ¿a estas alturas de la vida y con lo que está cayendo? Como para tener tiempo de sentir envidia.
_¿Ira? ya no me enfado por nada.
_ ¿Ah, no? _interrumpo porque yo, que he sido siempre más pacífica que Gandhi, estoy ahora en esta etapa de mi vida, más peleona que nunca.
_No _dice ella_, yo ya paso. _Y sigue:
_¿Lujuria? Aaaay qué tiempos aquellos _suspiramos. Y no añado nada porque, de verdad, no tengo nada que añadir.
_¿Gula? Aaaaah, bueno, gula, ahí todavía…
Nos da la risa a las dos. Las navidades son muy duras para practicar la templanza, así que lo dejamos correr. Más tarde me he dado cuenta de que se nos olvidó la Avaricia. Pero siendo ambas de natural desprendido y no habiéndonos tocado el gordo con lo que, además, tenemos poquísimo que desprender, yo tampoco me preocuparía